Conocer lo que sucede en el cerebro cuando aprendemos un segundo idioma es una tarea fascinante en la que los neurocientíficos llevan años sumergidos. Uno de los primeros aspectos que observaron sobre este fenómeno fue que los niños que aprenden una segunda lengua incorporan ambos idiomas en la misma región, mientras que los adultos tenemos que emplear otra zona adyacente para la nueva tarea. Y las pruebas apuntan a que conocer un segundo idioma - al formar parte de la reserva cognitivia - retrasa los síntomas de enfermedades degenerativas como el alzhéimer.
La última aproximación a estos cambios la han hecho un equipo de investigadores de la Universidad de Umeå , en Suecia, quienes acaban de estudiar lo que pasaba en el cerebro de 853 personas durante tres meses en los que aprendieron un idioma de forma intensiva. Para observar lo que sucedía en sus neuronas, los científicos tomaron imágenes con resonancia magnética funcional al principio y al final del proceso y compararon los resultados.
Según revelan en la prestigiosa revista Neuroimage, el equipo de Johan Mårtensson observó que los cerebros de aquellas personas que habían aprendido el idioma con menos dificultad había aumentado de tamaño en determinadas zonas como el hipocampo y otras tres áreas de la corteza cerebral. "Nos sorprendió que diferentes partes del cerebro se desarrollaran en distintos grados dependiendo de lo bien que se les hubiera dado a los estudiantes y cuánto esfuerzo hubieran puesto durante el curso", asegura Mårtensson. Los estudiantes que tenían problemas con el idioma, por el contrario, presentaban cambios en un área de la corteza motora, relacionada con el movimiento.
Una parte interesante de este trabajo es que apunta a que podría haber diferencias morfológicasentre aquellos que aprenden un idioma como esponjas y los que lo tienen que dejar por imposible. En trabajos anteriores, como cuentan en The Guardian, se ha visto cómo los japoneses, por ejemplo, tienen una dificultad extrema a la hora de distinguir fonemas como la L y la R, puesto que deben reconfigurar sus conexiones neuronales. Conociendo estas dificultades, se han podido diseñar programas que exageran mucho las diferencias en los sonidos y ayudan a superar esta dificultad a los estudiantes.
Otros trabajos, como el de Kara Morgan-Short, han servido para comprobar que los adultos también pueden aprender un idioma por inmersión, como sucede con los niños, y para acabar con otros lugares comunes o equívocos sobre el aprendizaje de idiomas. Mediante este tipo de estudios, aseguran los autores, se pueden conocer mejor los cambios cerebrales que produce una segunda lengua y diseñar estrategias para hacerlo más fácil.
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