Una vez más, al tratar el tema de ruinas ancestrales veremos, al analizar vestigios de otras eras, cómo el estudio de estas moles arqueológicas de arquitectura imposible no requieren tanto de respuestas como de las preguntas correctas, y que la mayoría de las dudas que se generan en torno a ellas son simplemente la consecuencia de estar jugando con el dado equivocado, o estar mirando el árbol en lugar del bosque.
Un fenómeno particular que se dá en el caso de la Isla de Pascua, es que todos los misterios se hallan concentrados en un corto espacio geográfico, el cual, sin embargo, y como veremos más adelante, no es obstáculo para que subsistan sus innumerables enigmas ni impedimento suficiente para la existencia de una hipotética sociedad secreta (y decimos hipotética porque sinó no podríamos decir secreta).
La isla presenta una forma triangular muy similar a la forma del avión invisible Stealth norteamericano, constituye uno de los tres territorios habitados más aislados del planeta (se encuentra a 3700 kilómetros de Chile y a 4050 de Polinesia) y tiene una Superficie de 163,6 km2 (la isla más grande del Chile insular), una superficie llana de 19.000 hectáreas con poco suelo cultivable, una circunferencia de 56 kilómetros y una población estable de 3.791 habitantes asentados principalmente en su capital, Hanga Roa, que además es la única concentración urbana existente.
Sus coordenadas son 27°7?10?S 109°21?17?O / -27.11944, -109.35472, goza de un clima templado todo el año y se acerca a razón de 9 centímetros por año a la costa chilena, debido a un fenómeno de subducción de la placa tectónica sobre la cual se encuentra asentada (Nazca) y la placa sudamericana.
Actualmente está regida por un gobernador chileno (pasó a ser territorio de Chile en 1888) con el español como idioma oficial y se la utiliza para la cría de ovinos, siendo administrada la preservación de sus monumentos a través del Parque Nacional Rapa Nui. La UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1995.
La isla de Pascua se formó como consecuecia de erupciones volcánicas bastante comunes en el Pacífico, y se encuentra rodeada por un abismo de 3.600 metros de profundidad.
En cada vértice de este triángulo, se ubican tres volcanes inactivos: al norte el Maunga Terevaka que con sus 539 metros de altitud es el punto más alto de la isla; por el suroriente el Puakatike o Poike con 377 m y al surponiente el cráter del Rano Kau con 324 m, en cuyo interior existen diversas lagunas.
El nombre de la Isla
Su nombre tradicional es de orígen extranjero (aunque aceptado por los nativos), bautizada por los antiguos habitantes de Tahití: Rapa Nui, que significa “Isla Grande”, nombre que luego se hizo extensivo a sus pobladores, a quienes se comenzó a llamar “los Rapanui”.
En idioma autóctono, sus nombres son Te Pito o Te Henua, que significa “ El Ombligo del Mundo” (misma denominación que históricamente se le ha otorgado a otros grandes centros ancestrales como Cuzco, Delfos o Tiahuanaco) y Mata Ki Te Rangi (“Ojos que Miran El Cielo”).
El nombre conocido internacionalmente como Isla de Pascua le llegó a través del navegante holandés Jacob Roggeween quien la avistó el 5 de abril de 1722, día de la festividad religiosa cristiana de Pascua de Resurrección y la bautizó “Paasers” en holandés, luego traducido a “Pascua”.
Con la llegada del español Felipe Gonzáles, 48 años después, se realizaron los primeros estudios y registros, en los cuales los españoles indicaron como dato curioso que los habitantes de la isla eran muy distintos de los habitantes de las Américas, y que más bien parecían europeos.
La tradición informa que los primeros que llegaron a la isla tenían el pelo rojo, largas orejas y la piel blanca, (coincidencia casi universal en los textos ancestrales de todo el mundo), que fueron constructores de gigantescas estatuas, y que desaparecieron hace mucho tiempo.
Los nativos descubiertos por el holandés Roggeween, sumaban unos 4.000, pero 50 años después habían sido reducidos a 111 debido a la irrupción de traficantes de esclavos que se llevaron a Perú a todos los hombres físicamente capaces y con ellos, toda esperanza de transmisión de antigüas tradiciones y conocimientos.
Las leyendas actuales son contradictorias en muchos aspectos, y se encuentran muy contaminadas, tanto por las mezclas raciales como por las múltiples invasiones de culturas, tecnologías y religiones foráneas.
Los aborígenes practican desde antiguos tiempos, al igual que lo hacían los incas en Perú, el alargamiento de sus orejas como símbolo de distinción de clase.
Nativos de Tez Blanca
Los isleños afirman descender de la raza de “Los Orejas Largas”, supuestos primeros habitantes de Pascua, y celebran ritos que tienen la finalidad de mantener la tez blanca en algunos jóvenes elegidos, en honor al recuerdo de aquellos dioses blancos que instruyeron a diversas culturas del planeta.
Esta versión se contrapone con la que es considerada la tradición más antigüa registrada y con mayor apoyo histórico y genético, que describe que ambos, orejas largas y cortas, llegaron juntos a Pascua procedentes de una mítica isla (Hiva) que se hundió en el mar.
Un isleño le dijo al arqueólogo noruego Thor Heyerdall (cuya traducción puede ser considerada bastante confiable pues su esposa era indonesia y hablaba perfectamente el idioma) que los primeros habitantes de la isla eran los sobrevivientes de la primer raza del mundo, que eran muy grandes, de largos brazos, pechos fuertes y sin pelos, cabellos amarillos y largas orejas aunque sin lóbulos estirados, y “muy brillantes”.
Muchos arqueólogos que han trabajado en Pascua aceptan que existen ciertos rastros aparentes de un pueblo antediluviano “con un conocimiento superior de un mundo totalmente diferente” (sic del famoso investigador Francis Maziére), que según los nativos, existía entre las estrellas.
Moais: Ojos que miran al cielo…
LA VIA LACTEA SOBRE LOS MOAIS DE PLAYA ANAKENA. ISLA DE PASCUA, LA NOCHE DEL ECLIPSE TOTAL DE SOL, A LAS 23:02 HORAS DEL 11 DE JULIO DE 2010, FOTO : PEDRO SAURA
Los nativos idolatran los moais, especie de esfinges gigantescas, venerándolos como a “dioses o intermediarios entre los dioses y los hombres.
Sostienen que su función principal era conectar el “maná”, energía procedente de las estrellas, con la terrestre, acumulándolo en sus plataformas (“ahus”) para conseguir de él los más diversos poderes.
Al igual que ocurriera con el estudio serio de otras ruinas megalíticas, se determinó (Belmonte / Edwards) que muchos moais miraban originalmente la salida y puesta del sol en solsticios y equinoccios (o incluso podían predecirlos, si se traza una línea imaginaria entre una roca descubierta en la isla como destinada a complejas mediciones solares y lo alto del moai que la “protege”) o estrellas como las Pléyades (“Matariki” en rapanui) o el Cinturón de
Orión “Tautoru”, alineándose – como para nosotros no podría ser de otra manera – con el resto de las culturas ancestrales que otorgaban una importancia excepcional a los alineamientos cósmico-telúricos y a las rutas estelares, porque guardaban una íntima relación con el tipo de energía que administraban y que les daba acceso a poderes para nosotros aún inimaginables.
Los rapanuis consideran los moais estatuas vivientes y creen que a todo arqueólogo que ose perturbarlos o desvelar sus secretos, sufrirá una maldición, y, al igual que con la tumba egipcia de Tutankamon, se han producido trágicas muertes de varios estudiosos de los monumentos: el británico James Cook y el francés Francois de La Pérouse fueron asesinados, el chileno Max Puelma murió tras golpearse la cabeza con un moai de madera, el investigador Alfred Méltraux se suicidó, y la arqueóloga Katherine Routledge terminó sus días demente y asegurando que los espíritus de los moais le hablaban.
En el sistema de creencias rapanui, quienes incumplen prohibiciones esenciales son castigados incluso hasta la muerte por los Aku Aku, espíritus burlones de rostros grotescos, costillas y columnas muy marcadas, cejas enormes, cuerpo encorvado, nariz aguileña, mentones sobresalientes, orejas y brazos largos y ojos desorbitados, impiadosos vigilantes de que se mantenga el respeto por los lugares sagrados.
En la isla se han descubierto aproximadamente unos 900 moais , diseminados y colocados en diferentes posiciones originales, orientaciones que actualmente se han perdido en todos ellos, quedando algunos tumbados y otros enterrados o hundidos cerca de la costa en el mar (existe constancia de que en 1957 los tripulantes de un navío chileno intentaron llevarse un moai a bordo y al intentar cargarlo los amarres cedieron y acabó en el fondo del mar a 90 metros de profundidad), pero conservando siempre esa mirada hacia el cielo como esperando algo, o a alguien.
Los moai terminados más altos de la isla de Pascua son uno de una altura 3,90 m y 140 toneladas de peso , otro de 9,80 m de altura que pesa 82 toneladas y un tercero ubicado en una zona llamada Ahu Hanga Te Tenga de 9,94 metros de alto y 85 toneladas de peso.
Pero el moai más gigantesco se encuentra aún en su cantera (junto con otros 396 nó terminados y abandonados abruptamente sin conocerse la razón): tiene 22 metros de altura y pesa 250 toneladas y tiene nalgas, un rasgo muy escaso en los moais, mientras el más pequeño de todos tiene 1,13 m de altura y una media de 6 toneldas.
La media general de los moais es de una altura de 4 metros, un ancho de metro y medio, una profundidad de entierro 90 cm., un volumen de 6 m3 y un peso 13 toneladas.
En su mayoría originalmente llevaban una especie de gorro de material volcánico cuyo peso era de unos 2500 kilos, lo cual aumenta aún más la media de estas gigantescas moles. Se colocaban sobre plataformas llamadas ahus con sus rostros mirando hacia el interior de la isla (como custodiándola), y a continuación se les encajaba sus ojos, hechos de coral o roca volcánica roja.
Existen localizados hasta ahora 10 moais de rasgos evidentemente femeninos, caracterizados por senos y vulvas muy marcadas.
También se encontró en cantera un moai con perilla “faraónica” al estilo de las representaciones de “falsa barba” del antigüo Egipto, como en el caso del faraón Akenatón.
Muchos investigadores han apuntado enormes semejanzas con estatuas Olmecas, y también con aquéllas que se erigen en Tiahuanaco, la ciudad que rigió durante 27 siglos o con las de la cultura Chachapoyas (también de insólita tez blanca), asentada en las profundidades del Amazonas peruano.
El parecido de los sarcófagos que utilizan estos últimos con las estatuas de la isla de Pascua es tan asombroso como indiscutible.
Nadie hasta el momento ha podido descifrar como se transportaron (algunos colocados sobre pendientes de hasta 90 metros de altura), ni se han hallado herramientas de construcción metálicas.
La Toba, el material volcánico con que se realizaron es tan duro como la diorita, por lo cual su tallado (además de un corte y terminado insólitamente suave y exquisito) habría requerido de herramientas muy sofisticadas y resistentes. Incluso el más grande de todos los hallados hasta ahora en la cantera principal del volcán Ranu Raraku, fue tallado en roca de traquita, una piedra mucho más dura que la toba, y en este caso su confección es, por decirlo moderadamente, imposible.
La tonta y recurrente teoría arqueológica de que se trataba de “monumentos funerarios” (por favor, chicos! Un poco!! Sólo UN POCO!! Más de imaginación ¡!) para representar determinados pobladores ilustres de la isla quedó en este caso rápida y contundementemente destruída por el simple hecho de que hay casi 1.000 moais y en el momento de la construcción la población total de la isla no llegaba a 2.500 personas, además del hecho de que su confección es idéntica, sin rasgos identificatorios individualizados, lo cual demuestra la intención de representar un arquetipo.
Los moais se encuentran distribuídos estratégicamente rodeando los altos acantilados de la isla y a lo largo de varios antigüos caminos, pero su mayor concentración tiene lugar en las laderas del volcán Ranu Raraku, con sus narices y sus delgados labios proyectados hacia el cielo con un gesto entre sabio y burlón.
Su apariencia misma esconde misterio, ya que representan seres de enormes cabezas y orejas, largos dedos y pequeños cuerpos, que dada su uniformidad, difícilmente reflejen una determinada licencia artística de sus creadores.
Respecto a su transporte, los arqueólogos tradicionales, más cuadrados que Bob Esponja, no dudaron en repetir, sin ponerse colorados, las mismas torpes teorías que para la construcción de las pirámides y de cualquier otra arquitectura imposible: uso de trineo o de rodillos de madera, balanceo por cuerdas…increíble, y a la vez inconcebible, las irrespetuosas elucubraciones que se han dejado imprimir en serios libros de texto de estudio a estos supuestos expertos.
Ni hablar del prodigio inexplicable de colocarle a las estatuas sus sombreros, de varias toneladas de peso, ante el cual la ciencia dominante, por suerte, calla. Varios tozudos arqueólogos intentaron demostrar sus espantosas teorías intentando mover moais sobre trineos, boca arriba, boca abajo, horizontalmente o recostados, fracasando, obviamente, de manera estrepitosa.
El proyecto más “tendencioso” y falaz fue el que llevara a cabo la estadounidense Jo Anne Van Tilburg, quien consiguió que un grupo de escultores locales construyeran un moai “mediano” (4 metros de alto y 10 toneladas de peso),
lo recostaran sobre un trineo de troncos deslizable sobre rodillos de madera e intentaran desplazarlo. Logró moverlo…sólo 200 metros… sólo sobre terreno llano…y con las mellas y golpes del caso, abollones que no presenta ningún moai “original” (¡basta,chicos!).
El arqueólogo “clásico” es infalible: llega con la respuesta puesta, y sólo busca encontrar las pruebas que se acomoden a ésta. Humano, demasiado humano…
Las leyendas locales refieren, ora que sus creadores los transportaron con naves voladoras, ora que las estatuas mismas se levantaban merced a un poder sobrenatural y caminaban hasta los lugares más inasequibles de la isla.
Las tablillas Rongo Rongo
El misionero Eugéne Eyraud fue el primero en notar suspicazmente unas tabletas de madera con toda clase de jeroglíficos colocadas en las puertas de las casas de los aborígenes y las relacionó con restos de un antigüo sistema de escritura de una lengua muerta siglos atrás.
Efectivamente, se trata de un antiquísimo alfabeto, conocido como las “tablillas Rongo Rongo”, que nadie ha podido decodificar en absoluto y que, según dudosas afirmaciones locales, narraban la historia de la isla pero sólo podían ser leídos por iniciados en los secretos de la tradición.
Tal vez éste sea el eslabón perdido que conecta la isla con su pasado histórico, las fechas y la manera en que arribaron sus primeros moradores.
Los esclavistas de diversas nacionalidades que invadieron la isla entre 1862 y 1863, se llevaron a los pocos habitantes originales que tal vez habrían podido leer el Rongo-Rongo. No obstante, esta escritura muestra un sorprendente parecido con la del Valle del Indo, utilizada en grandes ciudades de aquel entonces como Mohenjo Daro o Harappa, en el actual Paquistán, hace más de 5.000 años.
Obvio, si consideramos que todas estas culturas nacieron de un tronco común, y de una cultura globalizada, tanto tecnológica como culturalmente que debió modificar su hábitat por efectos de una catástrofe de proporciones gigantescas.
Esto también explica la repentina aparición “ de la nada “ de culturas impresionantes en lugares como el Nilo (los egipcios), Mesopotamia los sumerios, el Indo, Creta o Chipre, todas ellas hablando de una gran inundación en su patria originaria.
Esta manera de pensar elimina las inútiles especulaciones sobre si los sumerios navegaron hasta América o los Olmecas hasta el Valle del Indo, si la lengua primigenia de la humanidad fue el sánscrito o el aymará: en realidad, originalmente todos “navegaban” en un mundo uniforme y tecnológico.
ORÍGENES DE LOS CONSTRUCTORES DE ESTATUAS
En el folclore isleño sobreviven contradictoriamente varios recuerdos que superponen la procedencia de los constructores de las estatuas: algunos dicen que provenían desde Perú (procedentes de una tierra llamada Mare-Toe-Hau que significa “cementerio”), otros que desde el grupo tahitiano de islas de Polinesia, pero la que es considerada leyenda fundacional asegura que el dios creador del mundo, Make-Make (deidad que no guarda similitud con ninguna otra en el mundo, pero cuyo nombre inevitablemente recuerda al término inglés “make”, que significa hacer, o mutatis mutandi “hacedor”)se apareció en sueños al sumo sacerdote de la enorme isla de Hiva, Hau Maka, y le habló advirtiéndole que el lugar sería tragado por las aguas, hecho que el sacerdote comunicó a su rey Hotu Matu, quien le encomendó hallase un lugar donde refugiarse. Hiva Hau Maka, viajando astralmente, le señaló su elección: la actual Isla de Pascua, donde el monarca envió a sus siete hijos a explorar (representados aparentemente por los sietes moais de Ahu Akivi, unos de los pocos monumentos orientados hacia el mar, quizás dirigiendo su mirada hacia el hogar perdido bajo las aguas).
Habiendo dado el visto bueno a su padre, éste desembarcó en Pascua “ con su tocado de plumas (¿”serpiente emplumada”?) su larga cabellera jamás cortada, su bastón de mando y sus dos emblemas: el corazón y la luna creciente”.
Igualmente cabe destacar que todas las versiones fueron recogidas verbalmente de personas que sólo eran capaces de afirmar conocer sus tradiciones ancestrales sin poder ofrecer ninguna prueba al respecto, y generalmente a través de traductores improvisados que tampoco podían garantizar una mayor exactitud que la de sus deseos de satisfacer a sus interlocutores.
Make-Make, El “Dios Hacedor de Todo” – Ritual del Hombre Pájaro
Orongo es una aldea ceremonial de 53 casas de piedra plagada de antiguos petroglifos con seres mitad hombre y mitad pájaro, ubicada en la cima del volcán Rano Kau, que permanece deshabitada todo el año menos en el mes de julio, durante el llamado período ritual que originalmente comenzaba el 21 de junio coincidentemente con el ascenso de las Pléyades en el solsticio de invierno, que es cuando se celebra el enigmático “Ritual del Hombre-Pájaro”, según recientes estudios antropológicos contemporáneo a la construcción de los moais conmemorando la llegada del rey fundador, Hotu Matu desde la mítica isla de Hiva.
El evento consiste en que representantes de distintos clanes compitan por el primer huevo de un gaviotín apizarrado que según la leyenda fue transportado hasta allí por el propio dios primigenio hacedor Make-Make. Los participantes descienden un escarpado acantilado de 300 metros de altura, se zambullen en las aguas del océano nadando hasta un islote llamado Motu Nui y desde allí traen el primer huevo de gaviotín, si es que logran sobrevivir a las corrientes marinas.
El que lo consigue en primer término se lleva la victoria, y el “premio” consiste en peregrinar hasta la cima del Volcán Rano Raraku y permanecer allí hasta la siguiente temporada, en compañía de un sacerdote que lo asistirá y alimentará. Su clan cría el polluelo que nace del mencionado huevo y luego lo liberan con una tela roja en su cuello en dirección a la isla de Hiva.
Carreteras, Esferas, Muros y Túneles Subterráneos
El enigma moai está lejos de ser el único misterio de la isla: Se han descubierto también en Pascua tres grandes antiguas carreteras con curiosa forma de “V” de una confección compleja y una arquitectura sofisticada.
Asimismo, junto a uno de los moai que aparentemente fue el último en ser derribado durante los antigüos y confusos episodios sociales ya comentados aparece la perfecta esfera que vemos en la foto de arriba, con un pulido perfecto y el mismo estilo que esferas similares encontradas en todo el mundo, de orígen y utilidad desconocida.
También un monumento llamado Vinapú, voz que no tiene traducción ni etimología en las lenguas nativas de Rapa Nui ni en las polinesias pero que sin embargo en quechua significa “licor que embriaga fuertemente”, y que al verlo evoca inmediatamente las arquitecturas megalíticas diseminadas por todo el planeta, con sus piedras que no dejan pasar ni un alfiler entre sus juntas (ni siquiera los líquenes que crecen a su alrededor) encajando a la perfección pese a sus formas y ángulos manifiestamente irregulares
Pero el misterio arqueológico que suele pasar más desapercibido para el visitante es un mundo invisible de grutas y corredores ocultos por las capas volcánicas que perforan el lugar silenciosamente desde hace milenios, un submundo de kilómetros y kilómetros de galerías en cuyo interior tenían lugar ceremonias y ritos como lo descubrió Katherine Routledge (autora de la primer investigación de las islas) quien junto a mapas estelares grabados en las rocas los antigüos rapanuis habían cartografiado casi todo el cielo visible desde la isla descubrió una cueva secreta donde los antigüos sacerdotes iniciaban a los aprendices en los misterios energéticos, estelares y sobrenaturales.
Estas perforaciones comunicaban la isla con el mar, y se cree que en la época en que las leyendas se originaron, las vías subterráneas pudieron tener alguna otra utilidad como comunicar la isla con otras, o tal vez con mundos subterráneos, el mítico “inframundo” presente en todas las culturas ancestrales.
En los últimos años varios equipos de arqueólogos han estudiado estas grutas, destacándose especialmente los formados por investigadores polacos y por el equipo internacional dirigido por el espeleólogo vasco Jabier Les, que pertenece a la “Sociedad de Ciencias Espeleológicas Alfonso Antxia” del País Vasco (norte de España), cartografiando kilómetros de galerías en la que constituye una de las cavernas más extensas del mundo, y realizando numerosos hallazgos, incluídas pictografías, petroglifos y el descubrimiento de invertebrados desconocidos.
En sus apenas 165 kilómetros cuadrados de extensión, sus tres sistemas volcánicos han originado un impresionante laberinto subterráneo, formado por miles de tubos volcánicos que derivan en alrededor de mil cavidades, la mayoría de las cuales hasta ahora nunca habían sido exploradas.
Encuentros Cercanos y Secretos
Toda clase de experiencias anómalas se registran en la Isla de Pascua, como así también espectaculares avistamientos de aparatos voladores surgiendo desde la profundidad de los volcanes o de las aguas del Pacífico.
Pero un testimonio dado por una pascuense de nombre Veri Ica, hace presuponer también (en la medida en que se elija creer en la veracidad de su relato) la existencia de una sociedad secreta rapanui que conserva muchos más conocimientos de los que admiten públicamente.
Veamos: En 1950, Veri Ica, conocida escritora y poeta en lengua rapanui, siendo niña protagonizó un encuentro cercano cuando caminaba de vuelta del aeropuerto en compañía de su padre, que trabajaba allí.
Se escuchó un fuerte ruido y al girar la cabeza, Veri Ica vió un aparato volador de unos cinco metros de ancho por otros tantos de alto, suspendido sobre un cerro, y que a continuación sobrevoló sobre sus cabezas para finalmente aterrizar en un terreno cercano a una casa.
En el mismo lugar del aterrizaje se encontraba un hombre con aspecto indudablemente rapanui que vestía camisa blanca y pantalones y daba la sensación de estar esperando la llegada del OVNI.
“Entonces se abrió una portezuela – relata Veri – y del aparatos salieron dos seres de unos dos metros de altura de tez muy blanca con un traje plateado de una sola pieza pegado a sus cuerpos que le cubrían manos y orejas.”
Los alienígenas notaron la presencia de Veri y su padre pero no se inmutaron en lo más mínimo y en cambio comenzaron a charlar con toda naturalidad con el rapanui, dirigiéndose luego los tres al interior de la nave que despegó alejándose velozmente.
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