Un estudio titulado “The ‘Wow! signal’ of the terrestrial genetic code“, publicado hace un año en Icarus, un prestigioso periódico de ciencia planetaria, ronda en torno a la pregunta de si nuestro código genético pudo ser originado más allá de las fronteras de nuestro planeta, y de si este código pudiera contener algún mensaje encriptado de nuestros creadores extraterrestres.
Durante años se han buscado en el espacio señales de vida extraterrestre sin resultados concluyentes; pero, ¿y si ese mensaje que tan ansiosamente buscamos se encuentra dentro de nosotros?
Por medio de diversos métodos matemáticos, los autores del ensayo buscaron evidencia de alguna señal estadísticamente fuerte en nuestro código genético, con sorprendentes resultados: el código revela un conjunto de patrones aritméticos e ideográficos de un mismo lenguaje simbólico. Estos patrones son tan consistentes que parecieran ser producto de una lógica precisa, de un guiño de artificialidad, a pesar de que no hay forma de saber qué significan.
Algo interesante es que esta no es la primera vez que un artículo científico trata el tema. En 1979 la misma publicación, entonces dirigida por Carl Sagan, publicó un artículo de los bioquímicos Hiromitsu Yokoo y Tairo Oshima que hablaba de la posibilidad de la existencia de un mensaje extraterrestre en el ADN del bacteriófago φX174. Dada la extravagancia de la idea Sagan le pidió a su entonces joven protegido, David Grinspoon, que revisara el artículo para determinar su legitimidad. Grinspoon quedó asombrado por lo que encontró. Es una idea común que, si en algún momento llegamos a recibir información de otro planeta, estará conformada por secuencias y productos de números primos; esto por el hecho de que no existe ningún proceso natural que pueda generarlos. Un número primo es signo de que una inteligencia se encuentra detrás.
Parte de la idea del uso de números primos es que la multiplicación de dos de estos indica las coordenadas de un plano cartesiano en el que se desplegará una imagen en dos dimensiones. Sin embargo, ninguna de las secuencias encontradas en el código dió origen a imágenes que revelaran un mensaje coherente. (Abajo se pueden apreciar las imágenes que Grinspoon creó con la información).
Ningún mensaje ha sido detectado aún, pero la posibilidad de utilizar el código genético como medio de comunicación ya ha sido probado por la biología sintética (en 2010 Craig Venter sintetizó una molécula que no sólo contenía el genoma de una bacteria, sino los nombres de los 46 científicos implicados y algunas citas de James Joyce).
Lo que hace que el genoma humano sea campo fértil para la imaginación es el hecho de que de los 750 megabytes de información que contiene, tan sólo 3% está formado por los genes que nos hacen lo que somos. El 97% restante lo ocupa el llamado “ADN basura”, el cual es como la materia oscura de nuestro universo interno. Puede que esa enorme porción del genoma no sea más que ruido genético, pero no es difícil imaginar que allí se pueda encontrar un mensaje que simplemente no hemos aprendido a descifrar.
Como señalan aquellos que perseveran en la búsqueda de mensajes extraterrestres en las profundidades del espacio: “La probabilidad de éxito es difícil de estimar; pero si nunca buscamos, las posibilidades se reducen a cero
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