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miércoles, 17 de agosto de 2016

UNA TORMENTA SOLAR ESTUVO A PUNTO DE DESENCADENAR UNA GUERRA NUCLEAR









El 23 de mayo de 1967, los soldados de guardia del Mando Aéreo Estratégico Estadounidense (SAC, por sus siglas en inglés) se encontraban en un centro de mando bajo tierra en las afueras de Omaha. En menos de 30 minutos se vieron obligados a determinar si las interferencias repentinas en la radio y en los radares se debían a un fenómeno natural o a una trampa soviética bajo la que se escondía un ataque nuclear.

Aquel día, Al Buckles era el responsable de guardia en caso de emergencia en el SAC. Tan pronto como recibió la noticia del aparente sabotaje de las comunicaciones por radio, él y el Equipo de Acciones de Emergencia de la SAC –en el que se incluían altos mandos–, telefonearon al NORAD (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial) en Colorado Springs y al NMCC (Centro Nacional de Control del Ejército) en el Pentágono.

Los radares estadounidenses que habían dejado de funcionar formaban parte del Ballistic Missile Early Warning System, una red dedicada a inspeccionar los cielos en busca de posibles misiles soviéticos. Aunque ningún misil había sido disparado, provocar interferencias de forma intencionada en estos sistemas de alerta habría supuesto un potencial acto de guerra dentro del tenso clima político de la Guerra Fría.

Mientras el equipo analizaba la información que les llegaba, aviones utilizados como centros de mando móviles y bombarderos cargados con armas nucleares estaban a la espera de órdenes. Estados Unidos se encontraba a una llamada del presidente de iniciar una guerra atómica.

En resumen, si el equipo hubiera determinado que estas interferencias eran culpa de los soviéticos, sus próximas acciones habrían desencadenado la devastación mundial.

Por suerte, no se produjo ninguna llamada aquel día y todos los aviones permanecieron en tierra. Después de 10 minutos, Buckles y sus compañeros determinaron que las interferencias eran un fenómeno natural: una intensísima erupción solar había bombardeado nuestro planeta con un estallido de partículas cargadas, creando perturbaciones geomagnéticas que afectaron a las comunicaciones por radio.

“Fue un cuasi incidente”, explica Delores Knipp, física espacial en la Universidad de Colorado-Boulder, que contó esta historia públicamente por primera vez en la revista Space Weather.



La Gran Tormenta

Las erupciones solares ocurren cuando el sol libera de repente energía magnética acumulada desde su atmósfera. Si una erupción particularmente fuerte se produce en dirección a la Tierra, la radiación electromagnética puede entrar de golpe en la atmósfera terrestre superior y causar interferencias de radio. 

La Gran Tormenta de 1967 fue una de las tormentas solares más fuertes registradas en la historia, desencadenando auroras en lugares tan meridionales como Nuevo México, según un informe del 26 de mayo de 1967.

Además, tras una erupción puede producirse una onda de partículas solares conocida como eyección de masa coronal o CME (por sus siglas en inglés), y estos flujos de partículas solares pueden seguir perjudicando las comunicaciones durante días. Ese fue el caso de la tormenta de 1967.

“Algunas de estas CMEs se dirigen hacia las regiones de casquetes polares, y terminamos con 'apagones' estas zonas”, explica Knipp. En 1967, “fue lo que ocurrió y continuó durante cuatro días. Apagón tras apagón”. 

Lo que es más significativo es que la Gran Tormenta ocurrió un año después de que el Air Weather Service Solar Forecast Center (Centro de Predicción Solar del Servicio Meteorológico de Aviación estadounidense) publicara su primer manual para la predicción meteorológica espacial. En aquella época, el equipo de predicciones meteorológicas solares publicaba predicciones semanalmente, funcionaba las 24 horas y extraía datos de los cuatro observatorios solares de Estados Unidos, así como de las instalaciones en Grecia y Filipinas.

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