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martes, 2 de agosto de 2016

LOS INQUIETANTES CRÁTERES Y BURBUJAS QUE ESTÁN CUBRIENDO LA SIBERIA







La Isla de Belyy emerge inhóspita en el Ártico ruso. A más de 2.300 kilómetros de Moscú. Lejos de los salones donde se discute sobre el calentamiento global. En ese trozo de tierra gélida, sin embargo, un grupo de científicos ha descubierto una de las señales de la catástrofe climática que nos acecha: burbujas de gas bajo el pasto.

El video del hallazgo parece una broma. Bajo el pie del investigador, el suelo rebota como un globo. Pero no se trata de un fenómeno exótico que deberíamos compartir como cualquier otra imagen “viral”. Las mediciones en el lugar han detectado concentraciones de dióxido de carbono 20 veces superiores a la normal y de metano 200 veces más elevadas.

Aunque todavía no han determinado las causas, los expertos creen que esos brotes de gases podrían ser resultado del alza de las temperaturas y el deshielo progresivo del permafrost. Este tipo de suelo, que permanece congelado durante todo el año, cubre alrededor de la cuarta parte de la superficie del hemisferio norte.

En la Siberia también una sucesión de cráteres alarma a los estudiosos del clima. Uno de ellos, en la península de Taimyr (a más de 3.200 kilómetros de Moscú), provocó una explosión escuchada 100 kilómetros a la redonda.

Algunos habitantes de la región atribuyen los agujeros a misiles lanzados por el ejército ruso, otros a la obra de extraterrestres. Extravagantes teorías que se propagan fácilmente en el “fin del mundo”, como la llaman los lugareños. Por su parte, los científicos consideran que explosiones de metano, causadas también por el derretimiento del permafrost, han engendrado estos cráteres. Bienvenidos al primer “bombardeo natural” generado por El Cambio Climático.


El efecto del calentamiento global sobre el permafrost es ya visible en Alaska (NPS Photo - C.Ciancibelli)

El círculo vicioso del metano

Hasta ahora las predicciones sobre el calentamiento planetario se han concentrado en el efecto de las emisiones de dióxido de carbono. Ni siquiera los especialistas del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) han incluido en sus modelos las consecuencias del deshielo del permafrost. La escasez de datos sobre este fenómeno impide una evaluación rigurosa.

Pero el escenario de un posible derretimiento acelerado de los suelos en el Ártico infunde pesadillas.

De acuerdo con datos de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, el permafrost contiene entre 1.700 y 1.850 gigatoneladas de carbono, alrededor de la mitad en los tres metros más cercanos a la superficie. Si comparamos esas cifras con las 730 gigatoneladas que alberga en la actualidad la atmósfera comprendemos mejor el peligro.

El problema es que el alza de las temperaturas en el Ártico amenaza con desatar un círculo vicioso. La liberación del metano dormido en el permafrost desde hace decenas de miles de años incrementará el calentamiento global y este a su vez acelerará el derretimiento de esos suelos congelados. El metano, un producto de la descomposición de la materia orgánica atrapada en el hielo, es un gas de efecto invernadero 35 veces más poderoso que el dióxido de carbono, en un período de un siglo.

Hasta ahora no existe una manera de capturar las emisiones provenientes del derretimiento del permafrost. Estos gases ascienden en vastas y remotas regiones. Si bien los científicos prefieren mantenerse cautelosos hasta comprender la magnitud de este fenómeno, los impactos potenciales podrían dinamitar cualquier esfuerzo por reducir el calentamiento planetario.

Las imágenes de los osos polares vagando en el Ártico sin hielo han servido para sensibilizar a muchos sobre las consecuencias reales del cambio climático. Las burbujas de gas en Belyy y los cráteres en Siberia confirman la gravedad de esos efectos que tal vez ya no podamos revertir. 



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