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viernes, 5 de abril de 2019

¿HEMOS DADO CON LA TECNOLOGÍA CLAVE PARA REVERTIR EL CALENTAMIENTO GLOBAL?





Planta térmica generando electricidad mediante la quema de carbón. (Imagen Creative Commons vista en Pxhere).


¿Tu tío chino (China es el primer productor mundial) te ha dejado en herencia una mina de cerio? Pues estás de enhorabuena, esta tierra rara cuya tonelada cuesta 6.000 dólares es ya un producto estratégico en la fabricación de productos variados (desde el vidrio, a las células fotoeléctricas, pasando por la cerámica y la fabricación de encendedores). Y más que lo va a ser, ahora que acabamos de enterarnos de que este lantánido podría salvar al mundo.

Vayamos por partes. Pensad en el calentamiento global, un mal causado por el hombre que amenaza con destruir al planeta si no logramos reducir las toneladas de gases invernadero de nuestra atmósfera. Hasta la fecha hemos hecho una lista de posibles tecnologías que podrían ayudarnos a secuestrar ese CO2 emitido por la quema de combustibles fósiles, y situarlo allá donde no haga que nuestro planeta se cueza en su propia salsa.

Hemos pensado en cultivar biomasa para después enterrarla, inyectar CO2 gaseoso en las bolsas de petróleo que previamente hemos vaciado, invertir en el desarrollo de procesos químicos que puedan convertir el CO2 en materias menos volátiles, etc. Nada hasta la fecha prometía ser la solución ideal a la crisis medioambiental, bien fuera porque funcionaban a un ritmo demasiado lento, porque eran caras y demasiado complicadas de implementar, o porque simplemente el riesgo de que volviera a liberarse el CO2 era demasiado alto.

¿Entonces la tecnología de la que os voy a hablar ahora, desarrollada por investigadores australianos, ha solucionado todos esos problemas? Digamos que es altamaente esperanzadora porque no solo es relativamente rápida sino que además no requiere de grandes cantidades de presión o de reacciones químicas demasiado complicadas. Además, convierte el CO2 a una forma sólida que puede almacenarse (o reutilizarse) sin riesgos de fuga.

¿El truco? El antes citado cerio, que en el esquema ideado por estos investigadores de la universidad RMIT de Melbourne, juega un papel estelar. En efecto, los australianos emplean las nanopartículas de cerio para efectuar una reacción electroquímica que extrae el oxígeno del CO2, empleando un voltaje “suave”. El resultado tras esa reacción es que liberamos oxígeno y nos quedamos con carbono puro en forma de hollín.

Por lo que puedo leer, las nanopartículas de cerio forman parte de una aleación de metal líquido (usada como catalizador) lo cual evita que el carbono se solidifique directamente sobre este lantánido, mejorando la eficiencia del proceso. Pero aún hay más, por lo visto empleando el metal galio como solvente, todo el proceso se puede realizar a temperatura ambiente, gracias a una de las características más notables de este blando metal: su bajo punto de fusión (29,7ºC).

Y ahí está lo realmente novedoso, que estos investigadores han dado con un catalizador de metal líquido capaz de extraer el hollín de la atmósfera a temperatura ambiente, de un modo eficiente y sobre todo con grandes facilidades para hacerlo escalable.

¿Aún hay más? Pues si, ese hollín secuestrado no tiene por qué enterrarse. Como resulta que el carbono puede contener cargas eléctricas, podría usarse como supercondensador para la fabricación de componentes de los futuros vehículos eléctricos.

¿Harto de noticias pesimistas? Al menos esta que acabas de leer te dará un poco de esperanza. Como digo siempre, no conviene lanzar las campanas al vuelo, es probable que todas estas maravillosas ventajas (narradas “recordémoslo” por el equipo australiano responsable del hallazgo) necesiten ser puestas a pruebaen instalaciones industriales con altas emisiones de CO2, pero ¿y si de verdad este proceso ayuda a pegarle una dentellada perceptible al CO2 de la atmósfera?

Yo lo firmaría ya mismo aunque tuviéramos que enterrar el hollín generado por la reacción.

El trabajo del equipo de investigadores australiano, liderado por la ingeniera Dorna Esrafilzadeh, acaba de publicarse en Nature Communications.

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