Los humanos somos unos seres muy perseverantes. Hace unas pocas décadas, simplemente era ciencia ficción plantearse un viaje tripulado a Marte. Por desgracia la lista de inconvenientes que debíamos solucionar era demasiado grande. Hoy, muchos de esos problemas tienen arreglo, y sabemos que es cuestión de tiempo que una iniciativa pública (gestionada por gobiernos, o agencias espaciales) o privada (promovida por empresas como Space X, Mars One, Blue Origin) decida poner en marcha el histórico viaje.
Superficie de Marte.
Obviamente hay detractores, en 2012 ya os hablé de la opinión contraria a enviar humanos que defendía Brent Sherwood, arquitecto espacial del JPL de la NASA, para quien los beneficios simplemente no justificarían los enormes costes. Bien, pues hoy debemos añadir otro nombre ilustre a la nómina de opositores al viaje al planeta rojo: David Weintraub, profesor de física y astronomía en la Universidad Vandelrbilt (Nashville, Tennessee, EE.UU.).
Tras leer sus razones en Space.com, donde publica un extenso artículo en defensa de un período de reflexión y estudio antes de viajar – y por ende “contaminar” – a Marte, confieso sentirme preso de un dilema. ¿Qué ocurrirá con una hipotética fauna marciana subterránea, oculta y a salvo de la mortal radiación espacial, si nosotros estableciésemos una base humana? Seguramente nada bueno.
Es cierto, hasta el momento hemos aprendido un montón de cosas sobre el pasado y la historia del planeta vecino sin poner un pie sobre su superficie, gracias a robots y orbitadores, todos los cuales fueron sometidas a exhaustivos procesos de esterilización, tal y como nos contó mi colega Daniel Marín en este post.
La NASA se tomó muy en serio la amenaza de contaminación terrestre de otros mundos, a través de nuestras naves espaciales, ya desde 1959, tras un profundo debate que estableció la necesidad de esterilizar todos los objetos destinados a viajar a otros mundos. Desde entonces se ha tenido en cuenta, especialmente si la zona visitada era un posible punto caliente para la vida, como lo son (aparte del propio Marte) las lunas heladas Europa y Encélado.
Lo vimos con decisiones como las que la NASA tomó al respecto de su sonda Galileo, que exploró Júpiter y sus lunas desde 1995 hasta 2003, que finalizó sus días pulverizada voluntariamente al entrar en contacto con la atmósfera joviana. Años más tarde, se repetiría el proceso con la sonda Cassini que exploró Saturno y sus lunas entre 2004 y 2017, y que también finalizó sus días zambulléndose en el planeta anillado. Ambas decisiones se tomaron para minimizar la caída de estas naves en escenarios sensibles para la vida como los citados satélites Encélado y Europa.
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