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lunes, 13 de marzo de 2017

EN SINTONÍA CON LA MADRE TIERRA





   DEL CIELO A LA TIERRA

EN SINTONÍA CON LA MADRE TIERRA

LA COMPRENSIÓN DE LA VERDAD, SUS CONTENIDOS UNIVERSALES Y EVANGÉLICOS, SON LA BASE PARA PODER ACCEDER A LAS GRACIAS DIVINAS DE LA GNOSIS.

ESTAR EN SINTONÍA CON LA DIVINA NATURALEZA CÓSMICA DE LA TIERRA SIGNIFICA SER LLAMADOS Y CANDIDATOS A HEREDAR EL NUEVO CIELO Y LA NUEVA ERA UNIVERSAL QUE PRONTO SE INSTAURARÁ EN VUESTRO PLANETA. 

SINTONÍA QUE EL HERMANO JACOPO, SU DULCE ESPOSA SONIA Y SUS ÁNGELES HIJOS, HAN COMPRENDIDO PARA PODER SERVIR DE EJEMPLO A TODOS LOS HERMANOS DEL MUNDO QUE SIGUEN, O CREEN SEGUIR, LA OBRA MESIÁNICA QUE DESDE HACE TIEMPO LLEVAMOS ADELANTE EN VUESTRO MUNDO.

FELICIDADES Y QUE DIOS OS BENDIGA, JACOPO, SONIA, MARCO Y ALICE. EL FUTURO DEL MUNDO ES VUESTRO Y TAMBIÉN NUESTRO AMOR.

¡PAZ!
VUESTROS HERMANOS EN LA LUZ

COMO SIEMPRE OS INVITAMOS A TODOS A LEER, MEDITAR Y DEDUCIR.

DEL CIELO A LA TIERRA

Palermo (Italia)
10 de Febrero de 2017
Giorgio Bongiovanni

Un estruendo de esperanza

Jacopo y Sonia Bonfili

El día 26 de Octubre de 2016 el grito desesperado de una Madre Tierra dolorida cambió para siempre nuestras vidas.

Efecto ineluctable de causas manifestadas por una sociedad indolente y presuntuosa, esa queja acallada, ahogada y contenida finalmente se salió a la luz convirtiéndose en gemido y sollozo de una madre amorosa herida en el corazón por su criatura predilecta que ya no es capaz de amarla.

Un gemido que sigue... que se demuestra inconsolable.

Gemido de un planeta usurpado, violado, perforado.

Destrozado y envenenado por las explosiones nucleares.

Depredado de sus linfas vitales y de sus maravillosas selvas vírgenes.

Privado de gran parte de la fauna que él mismo ha nutrido y de la que durante siglos ha recibido alimento.

Enfermo por la tecnología, por el producto de una ciencia sin conciencia que es suero de muerte derramado en una tinaja de agua pura.

Destrozado por las guerras, por la sangre de hombres inconscientes y por el fuego de armas de diabólica manufactura.

Enfermo terminal que gime agredido por un torturador voraz e insaciable, por esa enzima, el hombre, que a esta altura de ser fuente de nutrición cósmica para el planeta se ha convertido en un virus mortal.

Eran las 21:18 de la noche de aquel 26 de Octubre, de repente un rugido violento nos sorprendió como un escuadrón de cazabombarderos cuando sacude el aire por encima de un escenario de guerra, luego la tierra y todo lo que estaba encima de ella comenzó a agitarse fuerte, muy fuerte, cada vez más fuerte, sin detenerse, como un agresor del doble de tu tamaño que te agarra del cuello del sweater y te sacude con tal vehemencia que te quita toda posibilidad de defenderte.

Después del temblor de las 19:15 providencialmente nos habíamos ido de nuestra casa y nos quedamos a comer un poco de pizza con nuestros pequeños en el amplio restaurante de la localidad de Maddalena di Muccia.

De repente un trueno nos arrolló. Los muros comenzaron literalmente a desmoronarse, las columnas de hormigón explotaban como si hubieran sido atravesadas por ráfagas de ametralladoras invisibles, mientras que el suelo se convertía en una alfombra mágica ondulante en la que era imposible permanecer en equilibrio.

La luz comenzaba a debilitarse hasta que en un instante todo quedó a oscuras, los gritos desesperados de la gente que trataba de salir fueron superados por el rugido de la tierra.

Me encontré tambaleando en la oscuridad, a pocos metros de la salida. Apenas un segundo antes Marco, mi hijo, estaba debajo de mi brazo y luego lo escuché gritar: ¡PAPÁ! ¡PAPÁ! ¡ME CAÍ!

Aterrorizado me di cuenta de que ya no estaba conmigo. La multitud que todavía estaba dentro me atropellaba y en ese momento, como si fuera un río en creciente, comencé a gritar ¡CUIDADO! ¡CUIDADO! ¡HAY UN NIÑO EN EL SUELO!

Gracias al Señor vi a Marco arrinconado en el fondo y logré agarrarlo... pero ¿dónde estaba mi mujer? ¿dónde estaba mi hija?

Comencé a gritar sus nombres, no estaba seguro de que hubieran podido salir antes que yo repentinamente escuché a Alice que gritaba ¡PAPÁ! ¡PAPÁ PERDÍ UN ZAPATO! ¡PERDÍ UN ZAPATO!

Los niños son maravillosos, dulces por toda su divina pureza.

Alice acababa de recibir de regalo un par de balerinas que tanto había deseado y la simple idea de perder lo que su mamá y papá le habían regalado la había hecho gritar una frase que solo un niño habria podido pronunciar.

Al final nos encontramos todos fuera, en el amplio estacionamiento, estábamos bien.

Aún aturdidos por el movimiento de la tierra que parecía no detenerse comenzamos a socorrer y consolar a quienes estaban cerca nuestro, había mucha desesperación, incredulidad, gritos... y llanto.

Instintivamente sentí que tenía que dirigirme hasta el restaurante para ver si alguien había quedado adentro y en ese momento asistí a una escena irreal que quedará grabada para siempre en mi memoria: el propietario, un hombre de aproximadamente 70 años estaba allí, de pie, inmóvil, en el centro de la gran sala en la que ahora la luz de los tubos fluorescentes era intermitente y dejaba ver la siniestra desolación de los muros desmoronados, de las mesas y de las sillas caídas, con los platos aún servidos.

Estaba quieto, con los ojos llenos de lágrimas... lágrimas que no le salían.

Él era el capitán impertérrito que permanecía frente al timón del transatlántico que se hundía, era el artista que en medio del holocausto de las bombas nazis seguía tocando su piano mientras los escombros caían sobre él.

Mi padre, cuando eran jóvenes, le había aconsejado que comprara ese restaurante porque habría sido un buen negocio, porque ya trabajaba allí cuando yo era chico y él tenía un gran cariño por mi padre. Entonces siguió su consejo, hizo enormes sacrificios y finalmente logró comprarlo. Trabajó allí toda su vida, al igual que sus hijos.

Ahora contemplaba con tristeza y consternación la distancia insoslayable entre el sacrificio del hombre y la potencia de la naturaleza.

Muchas cosas han cambiado desde ese día y muchas más lo hicieron en las semanas posteriores. En un primer momento los acontecimientos nos dieron la ilusión de que gran parte de la gente sería mejor, más buena, más altruista, más generosa.

He visto a una sociedad que de ser humana pasaba a ser humanitaria, pero este espejismo duró poco. Lentamente la conmoción y la solidaridad dieron paso al descontento y a la rabia, los corazones se endurecieron y las necesidades personales sofocaron todo rastro de altruismo.

Claro que muchos hicieron la diferencia. Aquellos que por oficio y por índole siempre han intentado ayudar a los demás. Nuestras fuerzas de respuesta frente a las contingencias, tanto estatales como privadas, que cuando actúan con sus hombres se destacan por su valor, sacrificio y eficacia y que dejan de manifiesto uno de los pocos motivos por los cuales hoy seguimos estando orgullosos de ser italianos.

Muchos otros, personas comunes, redescubrieron esos valores de solidaridad y servicio que siempre han vivido en nuestro interior y que una sociedad depredadora había logrado ahogar.

Muchos despertaron a los valores más altos, íntimos y sagrados que el hombre posee por derecho divino.

Muchos si... pero en un número insuficiente como para frenar la desenfrenada carrera de esta humanidad hacia los límites de la lúcida irresponsabilidad, injusticia, prepotencia, abuso... muerte.

Un Dios cruel y por lo tanto una Naturaleza violenta, fue la sentencia de los eruditos maestros de la información. Guías necios de los pueblos.

Eximios doctores de la nada que cada día entran asquerosamente en las vidas y en las casas de una humanidad perezosa e indolente que ha dejado todas las puertas semicerradas y abandonadas.

Una humanidad convencida de que lo divino hable, exista únicamente cuando las terribles catástrofes naturales impactan en su tranquila existencia, en los patrimonios materiales que con sacrificio ha edificado.

Nada antes y nada después.

En cambio el Universo nos habla, jamás ha dejado de hacerlo y no lo hará ¿cuántos de nosotros nos hemos detenido a escucharlo?

¿Cuánto hace que no vivimos una jornada en este planeta que esté caracterizada por la presencia espiritual, por la contemplación y comprensión de los acontecimientos y de los flujos energéticos que nos invaden?

¿Cuánto hace que en forma distraída vivimos los trágicos efectos de nuestras acciones olvidando que nosotros mismos somos quienes los han provocado y que no ha sido un Dios cruel y asesino?

Hace demasiado tiempo.

La indolencia, la soberbia, la falta de amor han hecho que las nubes que están por encima de nuestras cabezas se hagan cada vez más densas.

Las tinieblas nos han envuelto, la oscuridad nos ha desorientado, ahora seguimos, rozando el precipicio, aferrándonos con fuerza a otros cuerpos y a otros brazos, vagando sin meta sin saber que nos dirigimos hacia el abismo que tenemos ante nuestros pies.

Claro está, si tuviéramos una linterna, una vieja lámpara, tal vez podríamos encontrar ese sendero de salvación creado por los maestros y por los sabios de todas las épocas y resurgir finalmente de ese abismo.

Que tontos que somos.

La lámpara la hemos tenido siempre, la tenemos escondida en la parte más íntima de nuestro ser, está corroída por todo el tiempo que la hemos dejado abandonada, está apagada pero solo porque no recordábamos que la teníamos.

El Espíritu Inteligencia, nuestra auténtica, divina e inmortal naturaleza, puede volver a brillar como un fuego perpetuo y finalmente desvanecer ese olvido proyectándonos hacia esas alturas de verdad, justicia, sabiduría, libertad y amor que representan nuestra verdadera morada.

El que escribe, junto a su familia, en medio de todos estos acontecimientos ha tenido la enorme gracia de poder escuchar y comprender el significado más profundo de lo ocurrido.

La enorme gracia de poder imaginar y quizás comprender una segunda parte de nuestras vidas que hasta incluso puede llegar a ser mejor que la anterior.

La enorme gracia de comprender el nivel de grandeza de las cosas de este mundo y su justa posición en la escala de los valores universales.

La enorme gracia de poder, además, aunque sea intuir de qué forma la Fuerza Universal Omnicreante, el Espíritu Santo, actúa en la existencia de cada uno de sus hijos.

En la Región de Le Marche no hubo ni una sola víctima a causa del terremoto, ningún niño murió, no hubo heridos, hasta el día de hoy, ningún animal quedó aplastado por los techos de los galpones.

La vida en esta zona fue preservada completamente, en cambio las obras del hombre no.

El Creador actúa con justicia, con la determinación de los Zigos y siempre, desde hace siglos, desde hace milenios, nos pone frente a la más obvia de las verdades: el hombre tiene que vivir en simbiosis con la naturaleza, no puede erguirse por encima de ella creyendo, por su infinita arrogancia, que podrá llegar a dominarla. Nosotros y ella somos hijos de la misma Creación, ambos estamos vivos, somos integrantes y simbióticos unos con otros, junto al mundo animal somos la maravilla en la cual el Creador había programado regocijarse.

No existe otra Verdad por fuera de esta.

La naturaleza es mucho más inexorable y nefasta a medida que el hombre se confunde con las obras, por más hermosas que sean, que ha edificado.

Eso no significa que no haya, en todas las épocas, producido maravillas de las cuales poder estar orgulloso de transmitir a sus herederos.

Obras arquitectónicas grandiosas que han dejado su huella en la cultura y en la tradición de los pueblos.

Obras que son fruto del sacrificio y del trabajo del hombre, que han custodiado bajo sus techos los afectos, las historias y los recuerdos de las familias.

En una época de decadencia de los valores espirituales, éticos y materiales a causa de fuerzas nefastas que pretenden que gran parte de la humanidad permanezca en la esclavitud, en la pobreza de la materia, que endurezca su corazón y sea individualista y depredadora, el hombre no puede seguir cayendo en el engaño de identificarse totalmente con las obras materiales, fruto de su ingenio, de lo contrario cuando éstas sean arrasadas por la furia de otros hombres, o por las calamidades naturales también lo será su existencia quedando destruida míseramente, en mil pedazos.

Para sobrevivir a esta época de valores desnaturalizados es necesario que la humanidad encuentre la fuerza para hacer un grandioso cambio de paradigma, que comprenda finalmente que el valor fundamental de su existencia es la vida misma, que el edificio más extraordinario y admirable que jamás pueda llegar a edificar es el de la fraternidad de los pueblos, el del respeto por aquel que es diferente, el de la ayuda a los carenciados del mundo, el de la ayuda a los oprimidos por las guerras y por el hambre, el del amor por su futuro, solo así el edificio material pasará a ser cósmico y será nuestra maravillosa y divina morada, por los siglos de los siglos.

Jacopo y Sonia Bonfili
10 de Febrero de 2017

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