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martes, 28 de marzo de 2017

DESCUBREN QUE LAS ESTRELLAS TAMBIÉN NACEN DE AGUJEROS NEGROS SUPERMASIVOS







Fotografía cedida por el Observatorio Europeo que muestra una impresión artística que muestra el nacimiento de una estrella dentro de un agujero negro en su corazón. Los telescopios en Chile del Observatorio Europeo Austral (ESO) han constatado con evidencias por primera vez que el nacimiento de las estrellas se producen en episodios violentos de choques o fusiones de dos galaxias. EFE


Madrid, 27 mar (EFE).- Un equipo europeo de científicos ha comprobado que los agujeros negros supermasivos son capaces de formar estrellas en su tumultuoso interior, un fenómeno astrofísico del que había evidencias pero que hasta ahora no se había observado.

El descubrimiento, publicado hoy en Nature, aporta información importante sobre cómo se forman y evolucionan las galaxias (también la nuestra) y ayudará a comprender mejor sus propiedades.

El equipo de astrónomos de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), dirigido por Roberto Maiolino, hizo este descubrimiento mientras estudiaba una colisión que está teniendo lugar entre dos galaxias situadas a 600 millones de años luz de la Tierra.

Con la ayuda del Very Large Telescope (VLT) del Observatorio Europeo Austral (ESO), el equipo observó los colosales chorros de material ('outflows' en inglés) que se originan cerca del agujero negro supermasivo situado en el centro de la galaxia que está más al sur, y hallaron la primera evidencia clara de que hay estrellas naciendo dentro de este ambiente extremo.

Los chorros galácticos o outflows surgen de la enorme emisión de energía proveniente de los activos y turbulentos núcleos galácticos.

Y es que aunque nuestra galaxia es una espiral tranquila, el resto del universo contiene galaxias activas, capaces de emitir (y de forma violenta) enormes cantidades de energía.

Algunas de estas galaxias -como las estudiadas- esconden agujeros negros supermasivos que cuando engullen materia, también calientan el gas circundante y lo expulsan fuera de su anfitriona en forma de densos y potentes vientos.

"Durante un tiempo los astrónomos han pensado que las condiciones que se dan en el interior de estos chorros podrían ser adecuadas para la formación de estrellas, pero nadie había podido ver este fenómeno en acción porque es algo muy difícil de observar", explica Roberto Maiolino.

Por eso, "nuestros resultados son emocionantes porque muestran, inequívocamente, que se crean estrellas dentro de estos chorros".

Además, dado que estos chorros galácticos eran mucho más potentes y frecuentes en las primeras fases del universo, los científicos destacan la utilidad del hallazgo para entender mejor esta época.

Tras el descubrimiento, el equipo de astrónomos estudió las estrellas directamente en el chorro, para analizar las propiedades de la luz que emiten y determinar así su origen.

De esta manera, calcularon que las estrellas tienen menos de unas pocas decenas de millones de años y, según los primeros análisis, son más calientes y brillantes que las estrellas formadas en entornos menos extremos.

También determinaron el movimiento y la velocidad de estas estrellas que, según indica su luz, viajan a enormes velocidades alejándose del centro de la galaxia.

"Las estrellas que se forman en el viento que está cerca del centro de la galaxia podrían desacelerar e incluso volver hacia el interior, pero las estrellas que se forman en la zona más externa del flujo experimentan menos desaceleración y pueden incluso volar en grupo fuera de la galaxia", destaca la investigadora del Instituto de Astronomía de Cambridge y coautora, Helen Russell.

El descubrimiento proporciona una nueva y emocionante información que podría mejorar nuestra comprensión de algunos enigmas de la astrofísica como el origen de la forma de ciertas galaxias o cómo se enriquece el espacio intergaláctico con elementos pesados.

El estudio, por tanto, arroja "una información importante sobre la manera en que se forman y evolucionan las galaxias", subraya el astrofísico del Centro de Astrobiología (CAB) y coautor del estudio, Luis Colina.

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