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jueves, 20 de agosto de 2015

NOS ENCAMINAMOS A LA SEXTA EXTINCIÓN







En Biología de la Conservación se lleva utilizando desde hace tiempo un concepto: la sexta extinción. Se trata de un término más divulgativo que científico, que se utiliza por ser bastante explícito y evocativo. La sexta extinción masiva, provocada por el hombre Sin embargo, en un artículo reciente publicado en Science – una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo – se apoya esta hipótesis con datos reales.

Según se explica en la publicación, la tasa de extinción – la velocidad con la que desaparecen las especies – es mucho mayor que en ningún otro momento de la historia de la Tierra. Desde aproximadamente el año 1.500 de nuestra era, 320 especies de vertebrados terrestres han desaparecido.

Pero, ¿qué está causando este declive? La respuesta que dan los investigadores es sencilla, y devastadora. El ser humano, bien por acción directa – como la caza – o indirecta está detrás de estas desapariciones. De hecho, los autores del estudio han buscado un término más correcto – y menos “contaminado” por la divulgación – como es el de “defaunación del Antropoceno”. Que dicho de otra manera sería “desaparición de fauna en la época dominada por el hombre”.

Y si las cosas están mal para los vertebrados, la situación con el resto de animales – los invertebrados – es aún peor. Hoy en día, las poblaciones de estos organismos – entre los que se encuentran mariposas, escarabajos, abejas y gusanos entre otros – son casi la mitad de lo que fueron. En concreto, un 45% menores.

Los efectos de esta defaunación pueden ser realmente graves. Si pensamos en los grandes mamíferos que pueblan muchos ecosistemas, es relativamente fácil verlo. Al desaparecer los animales de mayor tamaño, los de menor tamaño aumentan mucho. Esto cambia por completo la estructura de los hábitats, y también su dinámica.

Lo mejor es poner un caso concreto. En distintas partes de África se ha dado una extinción local casi completa de grandes mamíferos. Cuando esto ocurre en una sabana, el paisaje va cambiando. Tanto las especies herbáceas como los matorrales van creciendo, lo que afecta a los suelos. El terreno queda menos compactado y más sensible a la erosión.

También crece el número de roedores. Primero porque tienen muchos más recursos a su disposición, y en segundo lugar porque se generan muchos más refugios, más escondites donde protegerse de depredadores. Éstos van desapareciendo, y los roedores crecen aún más. Y van consumiendo cada vez más comida, lo que afecta al suelo y facilita la erosión, en un ciclo casi sin fin.

Esta es una situación muy complicada para los humanos. No sólo por cuestiones ambientales, también de salud. Los roedores suelen ser portadores de muchas enfermedades que acaban aquejando a las personas. El problema de conservación se convierte en uno de salud pública.

Pero no todo son malas noticias. En el mismo artículo se plantea que muchas especies se están recuperando, o incluso se han traído de vuelta de una extinción casi segura. Hay esperanza, aunque tampoco hay que ser excesivamente optimistas. Estas medidas requieren mucho tiempo, recursos e implicación de individuos, instituciones y administraciones.

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