Un análisis de los restos de las víctimas del Vesubio (79 dC) desvela nuevos detalles de su fallecimiento
La mañana del 24 de agosto del año 79 d.C, el monte Vesubio se despertó súbitamente iniciando una de las erupciones volcánicas más destructivas de la Historia. Las ciudades romanas de Pompeya y Herculano quedarían arrasadas a su paso y miles de personas perecieron en apenas unas horas. Los días que precedieron a la erupción derribaron numerosas estructuras y construcciones, sin embargo el responsable de la alta mortandad fue el flujo piroclástico que se deslizó rápidamente desde el volcán en forma de gran columna de gases y cenizas a altísimas temperaturas.
La visión de las víctimas de aquella erupción, momificadas y convertidas en estatuas calcinadas, ha fascinado durante siglos a historiadores y expertos que con sus estudios e investigaciones han logrado una reconstrucción muy aproximada de lo que realmente ocurrió.
Sin embargo, esta misma semana ha aparecido un nuevo trabajo, publicado en Plos One, donde investigadores italianos el Hospital Universitario Federico II de Napoles han analizado los restos óseos de más de un centenar de aquellas víctimas revelando que algunas sufrieron una muerte realmente impactante. Las conclusiones del nuevo estudio desvelan “hemorragias internas inducidas por el calor, a un grave aumento de la presión intracraneal y finalmente fisuras e incluso estallido del cráneo”.
Fracturas craneales debidas a la presión y altas temperaturas
La erupción del Vesubio tuvo varias oleadas. La primera de ellas (S1) descargó una nube de gas venenoso y cenizas muy calientes que se deslizó con gran velocidad colina abajo. Las altas temperaturas de estos flujos consiguieron que a algunas víctimas literalmente les hirviera la sangre y sus huesos se resquebrajaran.
Para llegar a esta terrible conclusión los investigadores analizaron una ceniza de color rojizo que impregnaba los huesos de una docena de esqueletos pertenecientes a la ciudad de Herculano. Mediante el uso de técnicas de espectroscopía de plasma descubrieron que esos residuos se componían en su mayor parte de óxido de hierro.
”La presencia de una ceniza de este tipo en todas las víctimas, incluso las que muestran efectos de un calor menor, proporciona evidencia de que la oleada fue lo suficientemente caliente y fluida para penetrar en la cavidad intracraneal poco después de que desaparecieran los tejidos blandos y los fluidos orgánicos”.
Una muerte que apenas duró unos segundos. Los gases a gran temperatura vaporizaron en un instante los fluidos corporales y los tejidos blandos, y resquebrajando las partes más protegidas del cuerpo como el cráneo.
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