Hay ocasiones en las que todos los factores se juntan para empeorar un problema ambiental. El caso de la zona muerta – o zona de muerte, dead zone en inglés – del mar de Omán es uno de ellos. Por culpa de la piratería y las tensiones en la región, no se ha podido estudiar el estado de las aguas en este mar durante casi 50 años. Y al hacerlo se han encontrado una zona muerta del tamaño de Escocia.
Para hacernos una idea, la superficie de la que hablamos tiene casi 79.000 kilómetros cuadrados de superficie, y ocupa gran parte de la columna de agua. Se trata de aguas en las que el oxígeno está ausente casi al completo. Vaya, donde no pueden vivir ni peces, ni plantas o algas, ni otro ser vivo que no sean bacterias.
A nivel ambiental, esta situación es un problema muy importante. Como ya hemos comentado, con niveles tan bajos de oxígeno hay pocos organismos que puedan vivir. Y ninguno de ellos produce oxígeno, con lo que este gas no se recupera.
Pero además, las previsiones no son halagüeñas. Cuanto mas alta es la temperatura del aire, menos oxígeno puede contener – dicho de otro modo, la disolución de oxígeno en agua aumenta cuando bajan las temperaturas. Así que, en un escenario de cambio climático, estas aguas aumentarán su temperatura con lo que podrán contener aún menos oxígeno.
Aunque la causa de la zona muerta no es esta. Zonas anóxicas aparecen en distintos mares de manera más o menos natural. No es extraño, pero tampoco suele ser permanente. Las aguas se mezclan y se reoxigenan.
El problema en el mar de Omán es más complejo. En parte, porque las dinámicas naturales de las aguas están modificadas, en gran medida por vertidos. Si llegan al mar aguas cargadas de nutrientes – por ejemplo, de fertilizantes de agricultura, o vertidos urbanos o industriales – cambian las propiedades físico-químicas del agua y se dificulta la mezcla.
A su vez, estos vertidos contribuyen a que se consuma más oxígeno, lo que hace que la superficie y el volumen de la zona muerta aumente. Y al hacerlo, modifican el ciclo del nitrógeno, que provoca que se emitan óxidos nitrosos, un potente gas invernadero. Hasta 300 veces más potente que el CO2.
Al menos ahora ya se tienen datos, y se pueden comenzar a plantear soluciones, algo que no se tenía hasta la publicación del artículo.
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